viernes, 8 de febrero de 2008

LA FRASE DE LA SEMANA

“Si alguna instrucción resultó demasiado clara, enrédala antes de proceder a cumplirla”.

Corolario:

“Ah y prevé que siempre puedas echarle la culpa a alguien más”.

LAS FÁBULAS DE LOS RATONES


Elemento esencial en toda burocracia es la capacidad real de enredar las cosas, pues de esa manera, el empleado se siente imprescindible e incluso hasta importante.

Siempre que se complican los problemas, existen soluciones mal tomadas o mal instrumentadas.

Desde luego otros son casos extremos, donde podemos observar que el político de jerarquía informa que ha girado instrucciones precisas a x dependencia para solucionar, suelen decir que de inmediato, el problema por el que casi lo están linchando.

Y después eso lleva meses, años o nunca se resuelve. En México existen frases celebres ya con este optimismo delirante que solo la burocracia pone finalmente en su exacta dimensión.

No olvidemos que la burocracia es experta en estrategias muy efectivas para no asumir responsabilidades excesivas.

Así, tengas o no tengas idea de que es lo que te está pidiendo tu jefe, podrás aplicar con elegancia e incluso, diría yo, con autoridad cualquiera de los métodos para complicar las cosas como pueden ser los siguientes, ampliamente conocidos:

Pídele a dos o tres subalternos que hagan el mismo trabajo, así el que debía hacerlo por su función pensará que está en la cuerda floja y los otros no tendrán idea de lo que se necesita, por lo que recurrirán al primero, quien les dará información si no falsa, si sesgada, así que el resultado se convertirá en un nuevo problema o en la complicación del existente.

Túrnalo para su “atención procedente” indicando que procedan como les ordenaste en la junta del otro día, lo que hará que se pregunten entre ellos, te pregunten a ti y hasta consulten a algún externo, con lo cual la atención del asunto fácilmente se convertirá en improcedente.

Pide a tu Jefe que te dé mayor información, sobre todo alguna que sabes que no tiene, así, se necesitará buscarla y analizar un mayor número de variables.

Plantea el problema como elección, esto es, hacemos “a” o hacemos “b”, antes de analizar el contexto. Esta técnica de “botepronto” es excelente para complicar las cosas, sobre todo porque limita las opciones, se tienen respuestas poco reflexivas sobre el asunto y se provocan nuevas reacciones que lo terminan complicando.

Plantea el asunto con suspicacia, identificando a algún enemigo, y pide que te informen a cada momento como evolucionan las inferencias que realicen, así podrás dirigir las cosas hacia donde convenga.

Forma una comisión o un comité o un grupo de trabajo con las atribuciones del subalterno más capacitado y ponlo a que participe a las órdenes de dicho grupo. Créanme que de verdad las cosas se complican y además s e hacen lentas y tortuosas.

Y esto me recuerda dos fábulas relacionadas con las formas de complicar las cosas y se refieren ambas a los ratones.

Primera:

El flautista de Hamelin fue llamado por el rey para acabar con una plaga de ratones que asolaban al reino y este señor, con su flauta hipnotizó a los animales, llevándolos hasta el río donde se ahogaron.

Súper eficiente no, pero luego resulta que no le pagaron o le hicieron de chivo los tamales, de tal forma que sólo le quedó vengarse de esos miserables encantando a los niños del reino y llevándolos a una cueva donde desaparecieron.

Esa versión ha sido suavizada para los que no creen en lo de ojo por ojo, pues después el flautista los perdona pero contra un pago mucho mayor. O sea, que le dejó más el secuestro y el chantaje que el control de plagas.

Segunda:

La otra fábula viene a colación a propósito de formas de complicar los asuntos públicos, y es una leyenda que asegura que existió aquí, hace muchos años, un país lleno de cultura y tradición donde la gente vivía de manera sencilla, ocupada en las labores del campo, la industria y el comercio.

Más de repente, conforme se volvía más rica y próspera, apareció una plaga de ratones que empezaron a multiplicarse sin medida, afectando las cosechas, alarmando al turismo y desprestigiando al reino en el extranjero, al grado que el rey de ese país, Miguel III el afanoso, a quien el pueblo no llegó a conocer, buscó en el mundo libre al exterminador de ratones más prestigiado y eficaz, no importando lo que costara.

Y, en efecto, a un costo muy alto, lo contrató para eliminar tal plaga del país.

Conociendo la experiencia del flautista de Hamelin, el experto en control solicitó y obtuvo del rey el salario y compensaciones pagadas por adelantado, más altas de todos los funcionarios, así como la creación de un ministerio para poder reunir en él toda la experiencia existente en materia de evaluación y control de las plagas de ratones, auditoría y vigilancia de todos los organismos públicos, que debían aplicar medidas preventivas para evitar la aparición de roedores, funciones todas que se encontraban asignadas en varios ministerios.

Finalmente todo comenzó a funcionar bajo el nuevo esquema.

Al principio fue notoria la disminución de roedores, sin embargo, conforme fue pasando el tiempo se empezó a notar que solo una clase de ratones disminuía, pero subsistían otras, mejor organizadas y más resistentes. Los ratones escuálidos si morían, pero los gordos no, esos se ponían más rollizos.

Por más que le hacían ver al rey en turno que el ministerio de control jamás acabaría con los roedores, pues no le convenía quedarse sin nada que hacer, con el riesgo de que desaparecieran, al rey no le importaba, pues le servía para poder deshacerse de los enemigos que le estorbaban, ya que no luchar contra los ratones, o permitir la aparición de algunos, se castigaba con la deshonra pública.

Además existían un sinnúmero de quejas y denuncias, que básicamente acusaban a funcionarios que protegían a los ratones, o bien denunciaban que algunas veces usaban trampas pequeñas para ratones grandes que nada les hacían y operativos aparatosos donde los pequeños roedores eran aplastados.

En otros ministerios usaban dispositivos electrónicos que repelían a los ratones, pero no a todas las clases y además, empezaron a tener otras plagas, como la de los alacranes en el ministerio de gobierno.

El ministerio de control de roedores también caía de improviso en diversas reuniones donde sospechaba que había ratones, para pescarlos in fraganti y ejecutarlos de inmediato, pero ningún método parecía resolver de fondo las cosas.

El ministerio de control se llenó de reglas burocráticas, revisaba por todas partes si se habían establecido los controles necesarios para evitar en la medida de lo posible, la proliferación de roedores.

En algunas épocas llegaron a castigar sin ton ni son a quienes pudieran tener que ver con algún tipo de animal aunque fuera parecido solamente a los ratones.

Así por ejemplo, los que protegían a las laboriosas ardillas, fueron ejecutados para elevar las estadísticas, como en el periodo de Pelayo Tamargo Faroles, auditor implacable que justificó ampliamente la medida para evitar, como se supo más tarde, que descubrieran donde estaban los ratones grandes.

Veinticinco años después de haber sido creado y de haber tenido diversos cambios de funciones y asignaciones, el ministerio de control evolucionó, bajo la ley de la multiplicación burocrática, hasta convertirse en una pesada carga para el erario.

Así, bajo el reinado de Felipe I, que, aclaro de una buena vez, no era ni chaparro, ni pelón, ni de lentes, porque éste era conocido como Felipe el hermoso, en honor de aquel rey de Castilla que ostentó el mismo sobrenombre, se descubrió que después de 25 años el famoso control ratonil no había funcionado adecuadamente, pero si había generado una burocracia impactante y aplastante, al grado que impedía la movilidad de los demás ministerios y empresas del estado.

Por más que el ministerio manejaba estadísticas de ratones eliminados gracias a todas sus intervenciones, la verdad es que el pueblo ya no les creía, máxime si diariamente en los periódicos locales e internacionales aparecían casos y casos donde se narraban los éxitos de los ratones y la falta de eficacia del ministerio de la "Función Extinguidora de Roedores, Insectos, Víboras y Similares", que es el organismo actual, al que se le quitó lo de control de roedores para darle una imagen positiva y propositiva, más que de policías administrativos y jueces implacables.

Se le ampliaron otras actividades de extinción como la de acabar con las víboras que mudaban de piel a cada rato, las garrapatas que sangraban todo a donde caían, las chinches, que molestaban por molestar, o sea, que siempre estaban enchinchando y otras plagas menos visibles pero igual de peligrosas, como los mayates, los piojos y las catarinas o mariquitas, que se protegían en varios ministerios, o los chapulines del sur del país y los caracoles panteoneros, aunque estos últimos estaban bastante bien controlados por los restauranteros españoles que los preparaban en guisados regionales bastante sabrosos.

Uno pensaría que el rey finalmente se convenció que por mayor eficiencia que exigiera, jamás se quedaría el reino sin ratones y libre de las otras plagas.

En consecuencia se podría esperar una evolución mayor en esas prácticas, se podrían esperar cambios de fondo, para evitar que problemas tan serios como los que provocan los ratones, siguieran llenando los titulares de los diarios incrementando la mala fama.

Finalmente es potestad de los expertos burócratas el casi solucionarlo todo, para poder seguir cobrando...

Yo supongo que en ese reino seguirán prevaleciendo las antiguas formas y seguiremos viendo en los diarios las noticias frescas de cómo nos atacan los ratones y de cómo los rollizos siguen siendo rollizos y los escuálidos, pagando el pato.

Regresando a nuestro tema y fuera ya de estas leyendas, cabe concluir que en las organizaciones en general, existen áreas que no aportan ningún valor agregado y que tienden a ser ineficientes para mantener incólumes los objetivos y las misiones encomendadas.
Complican pues la atención de los asuntos y de los problemas, embrollándolos de una manera que después, como en los nudos gordianos, nadie los puede desenredar.

No olvidemos que este nudo era con el que Gordias ataba a los bueyes al yugo y que, finalmente, sólo pudo ser cortado que no desenredado, por Alejandro Magno, según cuenta otra leyenda.

A veces uno puede darle la razón al vendedor de tamales o de camotes que no los quería vender todos a un solo cliente, porque después que vendía.

Visto del otro lado, sostener que los asuntos que se tratan, que las problemáticas que se atienden son harto complejas, aunque no lo sean en muchos casos, permite que se cumplan los objetivos parcialmente y muchas veces también, que no se evolucione hacia visiones más ambiciosas, con el consiguiente estancamiento y rigidez estructural que caracteriza a estas organizaciones.

Entonces ya lo sabes, resuelve con rapidez y eficiencia, se eficaz y evita esta norma no escrita de la burocracia

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