viernes, 15 de febrero de 2008

EL EFECTO (del) DOMINÓ

Podrían pensar que vamos a tratar aquí problemas de accidentes catastróficos derivados del efecto dominó, o de sucesos concatenados que pueden provocarlo; pero no es así, aunque prometo en otra oportunidad tratar el tema a propósito de los sistemas de control, mencionando algo también sobre el efecto mariposa en el desarrollo de las organizaciones, incluyendo las burocráticas, por supuesto.

Hoy vamos a comentar otro efecto dominó, uno más positivo, que es el relativo a la costumbre burocrática de jugar dominó a la hora de la comida o, al menos, un día de la semana, saliendo de la oficina, para mantenerse en forma, conservar a los amig@s y distraerse un poco, aunque las parejas protesten.

Generalmente, el dominó es un buen pretexto para ir a la cantina y también hoy día para socializar con los compañeros y compañeras del trabajo.

Burócrata que no juegue dominó está perdido de antemano.

Aprovechar la hora de la comida para tales efectos, era una costumbre que explica el porqué proliferaban las cantinas cerca de las oficinas públicas.

Ahora bien, existen ciertas reglas no escritas para jugar dominó, buscando la sana convivencia, sin dejarse arrastrar por la pasión del juego, lo cual es muy útil si el jefe juega con nosotros.

En primer lugar, debe jugarse al menos una ronda, que consta de 3 juegos a 100 puntos cada uno.

Debe existir alguna apuesta adecuada al nivel de los bolsillos de todos, misma que se hace por juego.

Esta apuesta se fija al principio y puede ser muy variada, desde el clásico 10-20-30 que se refiere a montos en pesos para quien pierda el juego: si la pareja perdedora no hizo ningún punto, pagará 30, si hizo hasta 50 puntos, 20 y si rebasó los 50 puntos 10 pesos.

En otra ocasiones, de quincena normalmente, se apuesta la botana o los tragos, o la cuenta total, depende.

Si se empata un juego va de nuevo desde cero, pero se dobla la apuesta. Empate puede ser desde diferencias de +/– 5 puntos, hasta un marcador igual, según se convenga entre todos los jugadores.

Un buen burócrata debe jugar muy bien dominó; esto es:

• Jamás le podrá ganar a su jefe cuando está de contrario y exhibirá toda su destreza cuando le toca de compañero.
• Si no debe ganarle, mucho menos puede “ahorcarle” una mula, vamos, ni la de blancas.
• Jugar con agaches, sólo por allá en tierras yucatecas.
• Tapar la mano al compañero si es tu jefe, puede acarrearte un severo extrañamiento que puede reflejarse en tu desarrollo.
• Se vale con cualquier otro para ponerle más interés al juego.

Debes aprenderte el nombre coloquial de las fichas y las frases de algunas jugadas y procedimientos clave. Así:

• Las blancas son las güeras o las doradas si se juega con un domino con publicidad cervecera.

• Los unos son pitos, pitufos, pitirijas o uñas cuando se cuadra a unos. Al tirarlos puede incluirse un albur del tipo de Ahí les va la dolorosa o pa’ que duela, o para que sientan lo que es jugar o cualquier otro que se ocurra en el momento.

• Los doses son duques de Otranto, o Duques de Veragua (que son ducados reales, por cierto).

• Los treses son trenes, tripas, triques, trípodes, Si usamos “tren, cuando lo tiramos se acompaña de la frase “el tren que corre por la ancha vía”.

• Los cuatros son cuadernos, cuatriques, cuadros, cuadrúpedos o forros (este último nombre viene de la palabra inglesa four)

• Los cincos son quintos, o el “cinquiriquillo five”.

• Los seises sixtos, o el Sixto Papa. Refiriéndose a la mula se le dice la panzona, la caja de cocas, la manchada.

• Cuando ahorcamos una de esas puede decirse elegantemente “Murió de amor la desdichada Elvira” sin referirse desde luego al célebre poema de Espronceda, sino más bien al dolor que causa quedarse con la mula de seises en la mano.

Si no es un juego de torneo y aunque digan que el juego lo inventó un mudo, entre cuates se vale “chacotear”. Así se utilizan frases muy apropiadas para momentos específicos del juego.
Por ejemplo, al ahorcar una mula:

• “Esa ya no me va al baile”
• “Ya no llegó a las posadas”
• Guárdatela pa’ la próxima
• Se vale llorar del luto
• Esa ya huele a cadáver.
• Del panteón nadie la saca

Para quienes alardean de poder ganar el juego se utiliza preferentemente esta:

• “Se me hace que son de jerga y tienen las vetas anchas”

Cuando queda uno firme y ya no pueden sacar fichas, al tirar la última ficha se suele decir:

• “Vámonos tentando abajo, que se siente singular deleite”

Cuando alguna pareja se separa mucho en el marcador suele decirse:

• “Estos se inflaron como globos de Cantoya”

Si alguien se agacha una ficha:

• “Mientras más te agachas más se te ven… las negras intenciones”

Cuando uno trae todas las fichas que faltan después de un cuadre se dice:

• Al haber gaviotas no hay gavilanes y mejor me voy a asolear un rato.

Si se está en la alternativa de cerrar o abrir el juego puede apresurarse al enemigo:

• “O la bebes o la derramas” o bien
• “Córtate con el “cerrote” o si es un cierre de difícil contabilidad :
• “Pa’ los hombres que vienen del mar adentro”

Cuando uno pierde debe hacer la sopa, o sea, revolver las fichas, también se puede referir al mismo acto de revolver fichas con estas frases:

• “A remar se ha dicho”
• “Les toca bajar a la mina a picar piedra”
• “A pulir la mesa”
• “A tallar las fichas”
• “Muévanle sin salirse de la raya”,
• “Muévanle rapidito y de buen modo”…

… y otras más que no recuerdo.

Destintarse es sacar por delante las fichas más altas (seises, cincos, cuatros).

Andar de chaqueteros es cambiarle la jugada al compañero, lo cual casi siempre termina en derrota.

Cuando se tiene la certeza de ganar se puede comentar:

• “Esto es como robar a una borracha”

Respetar, repetir la ficha y re…fregar al contrario, siempre serán las reglas básicas.

El ir a jugar a la mitad de la jornada servía mucho para ponerse de acuerdo en asuntos de la oficina en un ambiente más relajado, se podía uno acercar más al jefe, existían acuerdos y apoyos entre compañeros. Se podía grillar “en confianza”.

Sin embargo las distintas administraciones tecnocráticas han luchado contra los lapsos de comida muy amplios. Hoy a lo más tienes una hora para comer, aunque te tomes una y media, como todos, pues es también éste, un deporte burocrático.

Se come rápido, se digiere mal y se desarrolla gastritis crónica, así que jugar dominó en tales circunstancias sólo amarga el carácter. Hoy se acostumbra más jugar por las tardes- noches, saliendo de la oficina.

Muchas veces me tocó trabajar en el centro de la ciudad, de hecho la primera vez que trabajé para el gobierno, tuve un jefe maravilloso que además de ser un excelente jefe, un funcionario honesto y cabal, sabía jugar dominó como pocos he conocido y algo de sus enseñanzas se me quedaron. Sólo espero que en el cielo organicen torneos para que la pase por lo menos entretenido.

Unas dos veces por semana era obligado pasar de dos a tres horas jugando mientras comíamos algo, en alguna de las muchísimas cantinas existentes. Menciono algunas:

El Salón Victoria, donde había buena botana y las orejas de elefante,

El bar “Cádiz” que tenía unos tacos de pierna sensacionales,

el “Negresco” con las tortas,

“La Ópera” y el coctel de camarones,

El bar Gante con los sándwiches de carne cruda, de salchicha, de arenque;

“El Salón de los Espejos” y el vuelve a la vida,

“El Gallo de Oro”,

El Danubio cuando se podía jugar ahí, pues hoy en día funciona más como restaurante, pero siguen sirviendo la sopa verde o roja de mariscos, reducida en tamaño por efecto de la inflación, supongo, pero igual de sabrosa y nutritiva. Los langostinos sigiuen siendo opción y las manos de cangrejo moro, también.

El bar Alfonso,carísimo de siempre, el bar “Cota” y la sopa Manolo o los ostiones 4-4-4; el “Cadillac”, último reducto de fines de quincena; en fin, me faltan algunos otros que ya vendrán a mi memoria...

Claro que al terminar teníamos que regresar a la oficina, de donde salíamos en esa época a las 9 o 10 de la noche normalmente.

Los días que no jugábamos dominó, procurábamos comer también en grupo y teníamos mucho de donde elegir desde lo caro a lo barato pero bueno.

Solíamos en alguna época asistir al café Roma, por ahí enfrente del cine Metropolitan, de hecho éramos clientes asiduos por el menú económico y bien servido que tenían entonces.

Recuerdo el lugar porque nos atendía un mesero al que le decíamos el “lentejo”, por lento y porque siempre se equivocaba con los platillos.

Este sobrenombre cambió, cuando descubrimos que buena parte de las equivocaciones provenían de que entre idas y venidas a la cocina, se empinaba todo el alcohol que podía.

Así, a las pocas horas de iniciar su servicio ya no daba pie con bola, por eso le cambiamos su apodo por el del “torpedo”, pues seguía cometiendo equivocaciones.

Finalmente siempre nos atendió bien, al igual que Juanito el andaluz, allá en el Horreo, frente a la Alameda Central en la calle de Dr. Mora; con su inconfundible puro, siempre en la boca, siempre te recibía con un qué tal, como estáis, yo aquí sufriendo, que no hay más...

En 43 años de trabajo, casi siempre he comido en la calle, desde las fondas más sencillas, hasta los restaurantes sofisticados.

En el centro jamás te aburres de comer en restaurante, pues tienes siempre de donde elegir. A mí me resulta difícil seleccionar restaurantes del centro, pues todos tienen para mí, aparte de buena comida, algo de mi historia personal. Ya me organizaré para volverlos a visitar, en cuanto tenga oportunidad.

Los nombres, bueno, van algunos:

Quien olvida por ejemplo, el cabrito del bar Sobia, o del Correo Español, o del Hevia (ya extinto), o de la casa Noste.

Que tal el Tampico Club, en Balderas, la Fonda Santa Anita de Humboldt, “El Mesón del Cid” con su famoso “lechón inocente que al buen apetito invita…” en la misma calle.

L’ Heritage en 5 de mayo con su filete al Pil Pil,

El Lincoln Revillagigedo y sus medallones “Cantinflas”,

El Prendes con su filete Chemita;

La paella y los menús tan bastos del Casino Español, el Orfeo Catalá, El “Mesón del Catellano”, la Parroquia.

La vista de la terraza del Majestic, que te ofrecía siempre un menú de buena calidad.

Y los caldos Zenón de Madero, vestigio de los caldos de indianilla, buenos para la cruda realidad, o aquella antojería “Los Amos” con sus memelas, o los tacos Beatriz.

Que tal una cita en el marco del hotel de la ciudad de México, en el Delmonico’s.

Y no te hartaste alguna vez con el menú de la casa Rosalía, en San Juan de Letran (hoy Eje Central), concluyendo con unos churros con chocolate del Moro.

Comer en el Café Tacuba, en el Círculo Vasco, en el bar Mancera, o unos chiles rellenos o en nogada de la Fonda Santo Domingo. También recuerdo el Cardenal, en la calle de Palma, la casa Chón de la Merced donde puedes encontrar iguana, carne de mono, de jabalí y unas quesadillas de primera.

Bien, ya para finalizar, quisiera incluir un comentario más de un efecto negativo del dominó al medio día en la cantina: Por favor, tengan cuidado con el colesterol, con los embotellamientos y con las cáscaras del tequila.

Pronto nos comunicaremos.

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