domingo, 30 de diciembre de 2007

NAVIDAD, NAVIDAD, UY LA NAVIDAD

LA FIESTA DE FIN DE AÑO

La verdad a mi si me pareció bien que organizaran la fiesta de fin de año con baile y todo, comentaba Jacinto Peláez con Juan Nepomuceno Malpica, quien aunque parezca contradictorio tenía fama de ser todo un galán.

Se les unió en el corrillo José Guadalupe Do-Santos, el parrandero del grupo y Socorrito, la Secretaria del Licenciado Cándido Inocencio de la Reguera, Subdirector de trámites de la dependencia.

Luego luego Juan Nepomuceno verificó con Socorrito si iría a la fiesta Zoila Pucha de Godínez quien era auxiliar en el departamento de contabilidad que dirigía Sóstenes Partida Partida (si, Partida doble) y es que Zoila había dejado a todos mudos en la fiesta del otro año, cuando llegó con un vestido rojo fuego, ajustadísimo, dejando ver todo lo que se tenía que ver y con un ambiente que bueno, acabó con el cuadro, o debiéramos decir los cuadros, porque todos los directores andaban tras sus huesos, aunque el “ganón” a final de cuentas fue Juan Nepomuceno, ya que no pudo decirle que no cuando coquetamente se acerco y le dijo: Lic. Malpica, verdad que usted me va a llevar a casa aunque se me pasen un poquito los brindis.

Que podía hacer Malpica; solo lo obvio, se dedico a brindar y brindar con Zoila y luego a bailar de todo, sobre todo las lentas; que ambientazo de verdad; mucho mejor que el del día de la Secretaria.

Pues bien, el único inconveniente es que este año era de coperacha y tocaba moche parejo para invitar a los jefes y a los altos funcionarios de la dependencia. La medida no cayó nada bien, porque todos los años la fiesta de fin de año era de gorra para los empleados; incluso se compraban buenos regalos que se rifaban entre todos los asistentes: Televisores, estéreos, DVD’s, microondas y así por el estilo un montón de obsequios.

Este año sólo alcanzaría para cinco, para variar todos productos chinos y entre tanta gente, me cae que cualquiera se desmotiva.

Siquiera el "bailacho" atenuaría un poco los malos humores que ya existían en toda la subdirección desde los últimos cambios de funcionarios, que apenas se habían dado en octubre y donde habían sacado a Narciso el “chicho” Zebadúa, que llevaba en la dependencia más de 20 años y era el que de verdad sabía y sacaba adelante las cosas.

Le dijeron que se necesitaba sangre nueva, nada de administradores obsoletos, nada de los procedimientos del pasado; cero ideas retrógradas. Se necesitaba evolucionar hacia la modernidad, aunque los que llegaron resultaron más burócratas y retrógradas que Zebadúa, con quien por lo menos ya se habían acoplado.

El chicho Zebadúa había logrado una buena eficiencia en los servicios a la población y recibió varias veces distinciones y premios por sus aportaciones, incluso una vez el propio presidente le entregó un diploma que a la mejor ahora podrá vender como suvenir para tratar de sobrevivir.

Pero bueno, volviendo a la fiesta de fin de año, llegó el ansiado día; todas las mujeres llegaron irreconocibles, oliendo a perfume que mareaba y los compañeros, pues igual; me recordaron cuando en la secundaria, que era en ese entonces separada niños con niños y niñas con niñas, nos reunían a todos con el pretexto de tener platicas de orientación o conferencias de muy diversos temas.

Chicos y chicas hacían cola ante el espejo para lucir bien. Así ahora, pareciera que nadie en la oficina estuviera casado; todos hacían planes fantasiosos unos contra otras y otras contra unos y ya para eso de las dos de la tarde todo mundo estaba cerrando sus escritorios cuando llegó la terrible noticia.

Se necesitaba una información urgente de esas que los altos funcionarios piden para poderla ver una o dos semanas después, un bomberazo, así que el licenciado Cándido de la Reguera les dio a escoger:

Podían ir a la fiesta, pero acabando de comer tenían que regresar a trabajar para entregar esa información o bien le echaban ganas en ese momento e igual se podrían ir en un par de horas.

La medida no aplicaba para todos, Contabilidad, Nóminas y los demás departamentos se podrían quedar, pero la subdirección de trámites tenía que reponder al bomberazo.

Juan Nepomuceno Malpica se despidió con tristeza de Zoila, que ahora se había puesto un vestido morado, que igual era el rojo del año pasado pero teñido. Así, morado se quedó Juan, rumiando del coraje.

Todo esto cayó como balde de agua fría con todos los de la subdirección; no faltó quien mentara madres y ninguna de las opciones de Cándido les gustó, porque en ambas el resultado era el mismo: les jodieron la fiesta.

Esa Navidad ya no sería lo mismo; vamos, ni Santa Claus hubiera podido atenuar la frustración.

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