viernes, 11 de abril de 2008

LA FRASE DE LA SEMANA

JAMÁS LLEGUES TARDE A LA HORA DE LA SALIDA…


Los horarios de trabajo en la burocracia suelen mostrar rigideces que en nada contribuyen a la productividad.


El reloj checador, cualesquiera que sea su tecnología, es una costumbre heredada de generaciones que no contaban con mayores herramientas de control que las que imponía el horario de trabajo, el capataz y el producto enajenante de las líneas de ensamble.


En la fábrica surgió y alcanzó tal popularidad que se extendió como tumor maligno en todas las organizaciones.


En las burocráticas se acogió como sello distintivo propio; el control de entradas y salidas del personal ofreció un enfoque equivocado, donde lejos de controlar los procesos se favorecía el tratar de controlar a las personas, estableciendo un conjunto de reglas que sustentaban mucho los castigos y poco los premios.


El burócrata agachó la cabeza, tanto como en su momento nuestros indios la agacharon con los encomenderos, guardando en su interior su identidad cultural.


Dentro de todo santo católico se escondía siempre alguna deidad prehispánica y la transculturación a sangre y fuego no pudo finalmente ni con las lenguas autóctonas ni con nuestra idiosincrasia.


Pero si nos hizo dependientes; aprendimos a burlar estos controles pero a base de sufrir los castigos sin fin, ofreciéndonos vías de escape “espiritual”, corporal e intelectual que potenciaron el control hacia nuestro ser interior, se perpetuó esa falta de autoestima tan peculiar en el personal en los distintos niveles de la organización.


Hoy el conflicto no es querer ser y no lograrlo, sino poder ser en un esquema que privilegie el equilibrio entre los premios por el logro de resultados definidos por “el deber ser” que fijan las normas de la organización y la satisfacción de querer ser y hacer lo que nos motiva en nuestra existencia.


La organización inteligente siempre negociará estos principios con su personal, que se constituye en capital humano y buscará la mutua satisfacción que trae consigo siempre el desarrollo y éxito de esa organización.


Creencias inculcadas desde nuestra infancia que después nos acompañan sin sentirlo por el resto de nuestra existencia pueden estar jugando un papel trascendental en nuestra percepción hacia el trabajo, hacia la familia, hacia las jerarquías de cualquier especie, hacia nuestra vida privada, hacia la importancia del concepto de éxito que las elites imponen.


El desequilibrio que sufren las personas asalariadas entre los diferentes intereses que deben sustentar su desarrollo como seres humanos es muy evidente.


Los jóvenes han confundido los conceptos de éxito personal por factores de “éxito social”, el ser por el tener, hacer lo que nos gusta por hacer “lo que deja dinero o poder, o ambos.


No nos sorprendemos de ver jóvenes que por alcanzar algo de poder hacen lo que sea, convirtiéndose en seres vacios, sin escrúpulos y hasta medio perversos en sus relaciones con el entorno donde se mueven; seres con una autoestima que lejos de serlo, solo aparece como soberbia, como actitud prepotente que con el tiempo se vuelve prepotencia real.


Crear nuevos paradigmas no es tarea fácil.


Los sistemas de explotación que buscan sustentarse en un capital humano deteriorado, empobrecido, han mostrado afortunadamente su fracaso y los sistemas más abiertos, más consecuentes con la naturaleza del ser humano, logran cada vez más, organizaciones exitosas incluso en ramas extremadamente complejas.


Véanse los esquemas organizacionales e incluso ambientales de las grandes empresas de tecnología: IBM, Microsoft, Google, Yahoo, HP, Apple, etc. contemplen sus políticas y el respeto que inculcan respecto a la naturaleza productiva del ser humano. No dudo que trabajar en esos sitios debe resultar increíble por la enorme facilidad y apoyo para “poder ser” y por ende poder hacer dentro de la organización.


Sin embargo, estas estructuras y modelos no han permeado hacia las estructuras gubernamentales más que en el discurso, porque quienes podrían cambiar las cosas utilizan sólo sus neuronas motoras y el agache servil hacia la jerarquía.


Suena bonito y pegador hablar de modernidad, aunque se mantengan políticas y normas retrógradas, propias de las sociedades cerradas con códigos de fidelidad francamente irracionales.


Así es posible que los ineptos, fieles por incompetentes, ocupen posiciones privilegiadas y se sirvan de ellas sin recato, tratando de acumular poder y vuelven a caer con la misma ignorancia en tratar de controlar a las personas y no a los procesos de los que son responsables.


El reloj checador, la lista de asistencia, los controles de acceso impuestos por seguridad, permiten saber de la presencia de los empleados, pero jamás de su trabajo.


Hace tiempo me daba mucha risa observar en las muy populares listas de asistencia, creadas para “taparle el ojo al macho” como dicen por ahí, la actitud de la persona que controlaba la lista (una secretaria por lo regular), que tenía la obligación de colocar una raya roja al final de la lista justo cuando terminaba el periodo de tolerancia (concepto absurdo por cierto), de tal forma que fuera notorio quienes llegaban tarde.


Mi primera sugerencia fue que su jefe le regalara un reloj nuevo a la secretaria, pues de manera extraña el suyo se adelantaba o atrasaba dependiendo básicamente de quienes faltaban por firmar y así la raya exhibía únicamente a las personas no afines a la secretaria en cuestión.


La mayoría de los controles burocráticos que descansan en un esquema de autorizaciones de lo que sea, son por naturaleza corruptibles, son como la raya roja de las listas de asistencia y se comportarán “a según de lo que se trate”.


Las horas nalga pueden en un momento dado fortalecer y hasta agrandar los glúteos, pero nada pueden hacer por nuestros cerebros, por nuestro conocimiento, si existen políticas restrictivas a la creatividad, normas que rechazan la generación de soluciones diferentes a las que dicta la jerarquía o la propia normatividad.


Castigamos la curiosidad e incluso el afán por aprender del personal, le restringimos incluso el acceso a internet porque alguien, por cierto con absoluta ignorancia, cree que el común de los empleados busca perder el tiempo utilizando esos recursos y no dudamos que alguno lo intente hacer así, pero la realidad es que la gente que pierde tiempo es porque no tiene trabajo, o bien porque el trabajo que hace ni siquiera le es reconocido y lo hace rápido y de mala calidad para dedicarse a cualquier otra cosa.


No necesita estar conectado a internet para perder el tiempo, sólo necesita un jefe burócrata, un trabajo desmotivante y actuar como si le importara lo que hace aunque de mil amores lo dejaría de hacer.


La política medieval de “impedir el contacto con el exterior” justo en el medio que permite hoy día la expansión del conocimiento, está creada por burócratas informáticos que siguen a ciegas y por moda las “novedades” que en materia de software les permite un aparente control en el “performance” de las redes, sin embargo no se paran a ver el daño que le provocan a la organización.


Me recuerda aquella política de un famoso chocolatero en el México de los años 50´s o 60´s, que le permitía a su personal tomar cuantos chocolates quisieran; a veces alguno abusaba pero en su propio pecado llevaba la penitencia, lo que le obligaba a auto controlarse en su consumo de chocolates. Incluso algunos dejaban de probarlos por completo. Esta chocolatera llegó a ser la más importante de Latinoamérica hasta que se burocratizó. Hoy ya no existe.


Siempre seré partidario de una sociedad abierta a la información y a las ideas y en la burocracia, desgraciadamente, se castigan las ideas y se condiciona la información, quizá por ello decidí autoproclamarme "burócrata renegado".


La frase que nos ocupa, aunque ustedes no lo crean no surge de los empleados que les urge marcharse; no, surge de la jerarquía que obliga al empleado a checar su salida a tiempo para no pagar tiempo extra.


En algunas oficinas se obliga al personal a ir a checar y regresar a trabajar sin derecho a remuneración extraordinaria; increíble ¿no? ¡Qué raro que algo así pase!


Ahora que si en la organización donde trabajas no existen tales políticas, cumple de todas formas con esta norma no escrita, sin regresar a trabajar por supuesto, cosa que tu familia te agradecerá, además de que te ayuda a equilibrar tus actividades para crecer como ser humano.


No te quedes haciendo horas nalga hasta que a tu jefe se le ocurra retirarse, nada más porque pudiera necesitar algo de ti; mejor déjale tu teléfono celular y en el remoto caso que se presentara una emergencia real si estate dispuesto a colaborar en lo necesario. Recuerda, jamás llegues tarde a la hora de la salida.


Divide tu tiempo en forma razonable entre trabajo, diversión, familia, descanso, actividades sociales, servicio a la comunidad y verás con el tiempo que te vuelves un ser humano trascendente, lleno de satisfacciones y altamente productivo en lo que decidas realizar…


Hasta la próxima...

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